Hawai (CL)
De acuerdo a la cosmología aristotélica el universo, que es finito y eterno, se divide en dos mundos, uno el supralunar y otro el sublunar, más un punto central. El primero se encuentra formado por una substancia especial, una materia incorruptible, el éter, el cual se haya solamente sujeto a un tipo de cambio, el movimiento circular. La Tierra, que es una esfera inmóvil, se encuentra en el centro mismo del universo y, en torno a ella, incrustados en esferas concéntricas transparentes, giran los demás astros, arrastrados por el giro de las esferas en que se encuentran y que están movidas por una serie de motores que deben su movimiento a un último motor inmóvil, que actúa directamente sobre la última de las esferas, la cual es movida directamente por el motor inmóvil, y que transmite su movimiento a todas las demás esferas y al mundo sublunar. Este mundo, en oposición al supralunar, está conformado por cuatro elementos y, a diferencia del anterior, sometido a la generación y a la corrupción, al cambio y al movimiento. Un mundo maravilloso, una concepción fascinante del mundo, ya abandonada, pero que me produce una atracción especial. Cierro los ojos, veo estrellas entre mis parpados y mis pupilas y vislumbro un universo asombroso. Precisamente en esa zona irregular, y de esferas celestes transparentes ha decidido Kane Ikin construir su pequeño cosmos de sonidos encontrados. Cierro los ojos y veo el mismo universo asombroso. Ikin es aquella otra mitad, junto a Paul Fiocco, que bajo el nombre de Solo Andata ha fabricado un mundo particular, profundo, oscurecidamente azul, un mundo que no se encuentra demasiado habitado, que sin embargo ha dejado unas fuertes raíces en sus pantanosas aguas. Unos cuantos trabajos que se encuentran firmes en la memoria. Pero de eso hemos hablado ya –aunque nunca será suficiente el seguir recordando su atractivo poder–. Y mientras el barco que es Solo Andata sigue encallado, Kane ha decidido este año dejar por un momento el buque donde está, tomar un bote y salir a descubrir lo que hay bajo la luna. A principios de temporada entrego “Contrail” (12k, 2012) [183], un single de pequeño formato –desde el momento mismo de su publicación, o incluso antes, uno de los más destacados de lo que llevamos recorrido– que en su escasez encerraba diminutas superficies de texturas esponjosas, piezas que seguían la senda iniciada con su compañero, pero a la que tímidamente le añadía unos nuevos elementos, “cuatro inmersiones en la levedad del mar en su superficie mantienen vivo el rastro de aquella mancha azul, desperdigadas en poco más de veinte minutos exiguos, y revitalizada por uno de sus responsables quien, uniendo hilos pequeños forma una tela firme y difícil de desgarrar, al mismo tiempo que difusa, tanto como para hacerla más atractiva aún”. Aun habían pasado unos meses y prontamente regresaría con “Strangers” (Kesh, 2012) [191], mano a mano con David Wenngren, trabajo en el que su acostumbrado sonido lacustre se aproximaba a las cintas atemporales de Wenngren.
Es septiembre de 2012, y aquello que fue anticipado en enero por fin retorna, ahora con una visión mas extendida del panorama. Lo que caracteriza a la región región sublunar es el cambio, tanto substancial como accidental. “Sublunar” marca un cambio respecto de aquellas relativamente extensas piezas que inundaban sus trabajos anteriores. El tiempo que toma en desarrollar cada idea acá es mas reducido, como queriendo comprimir el espacio que va de un sonido a otro. Por otro lado, está repleto de accidentes, de sucesos imprevistos que ocurren al interior de cada canción, entre las líneas que subyacen dentro de las mismas. La tierra, el aire, el fuego y el agua son suplidos por viejos discos de 78 rpm, sintetizadores descontinuados, drum machines y guitarras de madera añeja. Dieciséis piezas breves que parecen envueltas en papel. Cada pequeño murmullo que sutilmente se esconde bajo la piel de un ritmo resquebrajado parece como si hubiera sido recogido de entre una vegetación tupida. Cada pequeño chasquido se encuentra manchado por agua y tierra, por flores marchitas, por restos de piedras pulverizadas. Los rastros de impurezas permanecen así, tal y como se hallaron al encontrar los sonidos. Un abandono de las profundidades abisales, un retorno a las ambientaciones superficiales, descubriendo lo que queda en los revestimientos superiores de la tierra. Uno a uno, cada extracto de lo que podrían ser canciones sin fin esta construida de fragmentos de lo que parecen ser sonidos abandonados en la rivera de un río congelado. En ocasiones mas húmedos, en otras llenas de polvo. Una especie de coro angelical, un eco y una mancha vespertina, ritmos de electrónica subterránea entre una música desprovista de filtro purificador. Eso es “Europa”, lo que se supone que es el single de adelanto, lo que además es el inicio de un futuro esplendoroso, lo que llenaría de esperanza cualquier mañana sin esperanza: el abandono de la búsqueda de la perfección y pulcritud y el encuentro de la belleza en lo que las olas han abandonado. Repetición y fulgor, esas cuerdas de nylon que presagiaban lo mejor y que ya se hallaban en “Contrail” ahora, en “Slow Waves”, se trenzan entre las repercusiones enterradas bajo un manto crujiente. Los residuos de luminosidad lunar permanecen, se impregnan como una lluvia copiosa a la piel –“Ebbing” conserva recuerdo de “Look For Me Here”, aquella pieza imperecedera que iluminaba “Solo Andata” (12k) [074]–. “Rhea” posee una cadencia hipnótica, envolvente, cubierta por un abrigo contra el frío de un despertar helado. Ya llegado este punto, cuando el trayecto ya ha avanzado unos metros, en el que uno logra percibir que hay un desplazamiento en las corrientes pretéritas. “Sublunar” es un trabajo homogéneo, que conserva una sonoridad de principio a fin, pero que al mismo tiempo contiene numerosos giros, decoloraciones, cambios de tesitura, heterogeneidad en la corriente nueva, cambios que habitan en un clima helado, que llega a quemar como la nieve más fría. “Titan” es ruido y ritmos de baja fidelidad mezclados con bronces que parecen sacados de utensilios usados en yacimientos. “Sleep Spindle” insiste en los aires lluviosos, lo mismo que “An Infinite Moment” y “The Violent Silence”. “Black Sand” brilla como una mañana después de un temporal. Adelante quedaran restos de un incendio helado: estrepitosas brisas marinas (“Lo”), sonidos a la memoria de la antigua casa de Stefan Betke (“Oberon”), ambient glaciar (“Compression Waves”) y sonidos recolectados, manipulados hasta que no queda ninguna huella del original más que la remembranza. “In The Shadow Of Vanishing Night” e “Hyperion” son dos perfectas muestras, al final de la región bajo la luz lunar, del carácter imperfecto y sucio de este disco, cubiertos con capas y capas de rocas de ruido disgregado. Es como si Kane se hubiese dedicado a acopiar sonidos y pasarlos por un harnero y su tela metálica: lo que se percibe es cuando la arena gruesa se separa de la delgada, esa fricción de pequeños granos sucios en la parte superior de los alambres, sin filtrar, se arrastra literalmente por todas y cada una de las canciones con una métrica lenta e inexacta.
Acá ya es primavera, y se supone que el clima helado se debería haber ido. Pero entre la tierra y la luna no hay quietud. Al tiempo que escribo esto esta lloviendo intensamente. Logro oír el murmullo del agua arrastrarse hacia su cauce original y llevarse consigo hojas, piedras, trozos de madera, arena. ”Sublunar” arrastra en sus mareas un cúmulo de sonidos que restallan, música de formas irregulares que nacen y mueren. También es una marea que trae lluvia, humedad y la luz de un sol de invierno, oscuridad lunar y hielos que se rompen por el calor de la mañana. Kane Ikin ha tomado un bote con dirección a bosques polares en las riberas de una montaña. Es entonces que recuerdo la aurora más cristalina: quebrando la punta del glaciar, buscando momentos de luz, de crepúsculo a crepúsculo, con rumbo hacia lo sublime. Kane Ikin ha fabricado un disco de canciones de cobertura fragmentada, accidentada, de naturaleza corrompida, desperdigada como las manchas de la fotografía que recubren sus piezas. Frió como una noche verano ártico, luminoso como el crepúsculo de un invierno polar, efímero como una estrella fugaz. “Sublunar” y sus dieciséis partículas de un brillo quebradizo irrumpen de manera sorpresiva, adhiriéndose como la escarcha. “Sublunar” es el crepitar del amanecer entre polvo de estrellas, es el crujir de la nieve.