Afterpop (ES)
Vamos a comenzar hablando algo de Taylor Deupree. Porque hay muchos momentos en donde lo que más importa es el contexto. Porque hay situaciones cuyas colindancias sociales resultan reveladoras a la hora de analizar un objeto en sí. Porque resulta imprescindible punto de partida.
El francés maquinó, durante muchos años, las funciones seminales del ambient en el plano internacional. Su sello especializado, 12k, renovó las ondas sonoras de miles de escuchas a lo largo del tiempo, siempre con lanzamientos sofisticados, siempre discretos, a veces más cercanos a lo industrial pero, en su mayoría, ejemplos extraordinarios del barniz etéreo. 12k flotaba en digital, nos regaló a maestros del software y la programación como Shuttle358, Komet, Human Mesh Dance y Kim Cascone, por mencionar a algunos. Creó toda una escuela.
Fue hasta hace poco que Deupree, mano dura de su proyecto, comenzó a mutar sus propias reglas del juego. Fue permitiendo, poco a poco, la inclusión de algunos juegos acústicos en sus filas, siempre cuidadoso de no perder la línea estética e integral propuesta por 12k desde un principio – ojalá los directivos de Warp, en su momento, hubieran tratado con semejantes manos preciosas la gestión de su disquera. Llegamos con ellos al folk de Gareth Dickson, a las intervenciones meditativas de iLuha, parecidos en sus ambientes y propuestas (aquello de los referentes importa) a lo creado por Grouper.
La palabra de estos cambios, sin embargo, no parece ser “apertura”, sino “evolución”. Porque Deupree entendió que en el mundo orgánico hay una vía directa para conectar las aparentemente frías dislocaciones sonoras de Komet con las texturas acústicas: tomar lo más discreto de esos discos de folk inglés de principios de los setenta (imagen inmediata, la de Nick Drake, la de Bert Jansch), llevarlo a sus límites más vulnerables y delicados, procesarlo todo de maneras iguales. El juego solitario de un compositor con su guitarra, finalmente, se ha entendido como un puente hacia las texturas ambientales; la movida es más que genial.
Si Gareth Dickson hubiera editado, entonces, su disco en algún otro sello, la opinión sería distinta, aunque igualmente favorable. Lo dicho con anterioridad funciona como preámbulo sonoro a lo que nos enfrentamos (el ambient, sí, del folk inglés rejuvenecido), pero el carácter único de la música de este jovenzuelo escocés no puede dejarse de lado: aunque no cuenta con una voz privilegiada (que ayudaría en algo, aunque podría ser un elemento importante de distracción), sus composiciones rayan en lo extraordinario. Son delicadas, humildes, profundamente elegantes, hijas de su tradición pero propositivas a ultranza. Conformados casi en su totalidad por una dinámica de voz y guitarra, los ecos espaciales suceden en medio de arpegios enigmáticos, estructuras complejas y lentas verdaderamente conmovedoras, que aluden al Pink Moon de Nick Drake en sus momentos más reflexivos.
No hay sentimentalismos, frecuencia común de su género. Más bien, son episodios melódicos, discretos e intensos, que van trazando una línea rectora que, a lo largo de todo el disco, nos relaja, nos interesa, nos mueve.
Si Gareth Dickson hubiera editado este disco en algún otro sello, otra sería nuestra idea; personificar a un “nuevo ambient” como progreso del folk es lo que dota a todo de una genialidad importante. “Happy Easters” es una belleza.