Review of Coda (For WK) [12k2024]

Hawai (CL)

Hace casi ya un año y medio, nos topamos y nos vimos envueltos en una espiral de ruido fagocitador. Una vorágine de sonidos destemplados, fuera de su contexto original, en el que por medio de un proceso fascinante lograban volver a la vida pero de una manera en que su origen quedaba sepultado bajo un suelo espectral, un manto que impedía ver que aquello que se encuentra detrás de la tela. Un lugar estático, un viaje del sonido y dentro de el. “A Static Place” (12k, 2011) [138] interrumpió la normalidad de un modo avasallador, descubriéndonos de paso las posibilidades que una partícula audible posee, mostrándonos sus limites y hasta donde es capaz de llegar. Acompañado muy de la mano de “Remain” (Line, 2011), ese trabajo de largas suites de magmas ambientales y drones estancados me maravillo de sobremanera, me vi de repente inmerso en su bucle de inmovilidad sostenida y en las notas encerradas en el pasado, prolongadas hasta desfallecer. “Las ondas viajan un largo trayecto hasta ser recogidas por micrófonos, luego transformadas y finalmente llegar hasta lo que tenemos. Un disco de esos en que el tiempo no cuenta –“No hay un ahora aquí”, decían por ahí–. Grandes líneas en música para nada lineal, movimientos extensos, donde los ecos del pasado se escuchan muy remotamente, grandes paisajes monotonales con misterios ocultos en los surcos que han sobrevivido a casi todo” decíamos entonces sobre uno de aquellos trabajos que de vez en cuando escucho en la soledad y la quietud –también incluido dentro de lo mas destacado por nosotros [H11]–, uno que requiere un momento especial para otorgarle la atención que demanda.

A principios de este año, desde la Republica Checa, el mencionado disco llegaba, a través de Minority Records, en una nueva edición, esta vez en doble vinilo, y con un nuevo artwork a cargo de Caro Mikalef, edición que añadía una pieza con mas o menos la misma duración que las principales. Cobraba entonces otro valor, más aún del que ya posee. Es ese track al final de la última versión de “A Static Place” el que ahora retorna a 12k en formato EP en su serie de limited editions. El panorama es hoy más completo. Un sistema de dos gramófonos acústicos-mecánicos y computador, y un disco de 78 RPM utilizado como entrada para un proceso autogenerativo. Idéntico proceso, distintas fuentes, los mismos resultados. Esto es, someter una grabación de principios de siglo pasado a un tratamiento en el que la raíz se ve enredada en un tránsito por conductos aéreos por los cuales se modifica su estructura, se desfigura casi por completo su forma y es expulsada como una pieza ionizada, con una capacidad de atracción cual poderoso imán. “Coda (For WK)” son veinte exactos minutos en las entrañas del sonido, un tercio de hora que tiene como fuente de emanación una grabación de 1927. Esas dos letras dentro del paréntesis, la W y la K, tienen su razón de ser en la persona a quien esta dedicada esta pieza, el pianista alemán Wilhelm Kempff (1895–1991), y una de sus muchas grabaciones es la matriz restaurada, la ‘Sonata para Piano No. 26’, también conocida como ‘Les adieux/ Lebewohl’, de Ludwig van Beethoven. Después de oír un extracto de la nueva pieza corta del alemán, hice el ejercicio de escuchar esa interpretación primigenia. Aquella emerge como un ser en el otoño de su vida. Ignorando las emociones que se tuvieron en el corazón al ser grabadas casi un siglo atrás, al oírlas se percibe una cierta glorificación de la tristeza y el extrañamiento, una especie de nostalgia por la partida, siempre algo doloroso. Una despedida de una habitación aún con vida, previo a que esa misma se convirtiera en la habitación de fantasmas desvelados. Ese efecto es el que logra Mathieu y su proceso de desfiguración acústica. Un timbre y la repetición de señales muertas prontamente comienzan a transitar por las vías impredecibles de la quietud espacial. Las dimensiones físicas del lugar en el que sus ecos se devuelven transmutan. Lo que era una nota nítida en su germen, es una nota difuminada en su reconversión, la precisión del piano se vuelve una mancha borrosa. Todo toma un color plomizo, las diferentes tonalidades del gris esparcidas en una tela que parece un manto sagrado y nebuloso. Vuelvo a recurrir a Herr Kempff, a sus apuntes inanimados danzando entre surcos que celebran el olvido. Regreso a Mathieu, y lo que antes sucedía entre un mínimo espacio y otro ahora es dilatado como un lento paso en una atmósfera ingrávida. En el parsimonioso traslado de lo acústico a lo electrónico, las masas orgánicas caen en una letanía ruidosa, donde estelas de drones se traslucen unas a otras. El proceso es entonces físico, el piano en su estado natural, de formas liquidas, sufre una transición lenta y gradual hacia estados gaseosos. La energía aplicada por Stephan arranca las bases sobre las que sostiene el lirismo quieto de Kempff, venciendo la tensión superficial. El tiempo que ha tomado pasar de un estado a otro ha tomado décadas, una evaporación en la que las moléculas de sonido traspasan la frontera del calor hacia lugares de ruido evaporado.

El eco fantasmal de Wilhelm Kempff permanece atravesando los muros de sonidos edificados por Stephan Mathieu, un muro construido sobre un lirismo estremecedor, convertido en el canto espectral de resonancias que hablan en un lenguaje abandonado. Sometiendo los átomos del ruido a un proceso tremendamente atractivo, que además atrae y absorbe todo lo que le rodea, el tiempo y el espacio, en su espiral de murmullos convertidos en vapor y calor, luz transparente y ardor. De “Les adieux” solo queda su silueta difuminada, aquella pieza entristecida, materia antes viva, aparece resucitada como una suite de música inmaterial, incorpórea. Se dice que un espíritu errante no aparece más allá de un minuto. Mathieu prolonga la agonía hasta veinte veces más, marchitando los ecos del piano hasta que puedan descansar en la paz del ruido que flota entre los restos de la memoria, entre sus capas de tonalidades aletargadas.

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