Hawai (CL)
Sobre el suelo inclinado una suave piel blanca cubre la tierra. Las sombras alargadas indican las formas, su oscuridad sugiere el paisaje. Un refugio contra el inquieto murmullo incesante de las vidas que vinieron después. El frío glaciar ampara la soledad, invitando al aislamiento. La luz del sol envuelve el suelo débil, pero su calor no alcanza a quebrantar la tierna fragilidad. Sus rayos atraviesan el cielo, y su reflejo se ve multiplicado por un millón de cristales tersos, abrigando el territorio con una luz cegadora. Lentamente las horas avanzan, y la tibia temperatura va derritiendo la capa exterior de aquella piel, agua cristalizada que al romper su blanca estructura emite un pequeño ruido, solo perceptible en esta soledad del paisaje, la que actúa como una caja que amplifica las más minúsculas notas de ruido derretido. Extendiendo los hilos que se comenzaron a trenzar hace unos siete años atrás, esas fibras por fin se convierten en una red mucho más amplia. Finalmente, logran vislumbrarse los sonidos que nacen fruto de la unión de dos artistas del sonido menos evidente, dos músicos que coinciden en muchos momentos en la creación de armonías sugeridas desde los susurros que yacen dentro de ellas, en su corazón. Por un lado Taylor Deupree, cuya obra ampliamente cubierta en estas páginas virtuales recorre el rastro que las notas dejan sobre el suelo húmedo, exponiendo las texturas en su estado natural, el sonido silvestre. Por otro lado Ryuichi Sakamoto, solo revisado parcialmente. Sin embargo, las piezas que de él hemos observado son poseedoras de una abismante tranquilidad, un refugio silencioso esparcido entre las cuerdas del piano y las tonalidades electrónicas que se filtran entre la belleza acústica. Esta obra esta presente sobre todo en sus trabajos compartidos con músicos relativamente jóvenes, extraños que han entrado en él un hogar a compartir los sonidos discretos. El primero de ellos fue Carsten Nicolai –imposible es olvidar obras como “Vrioon” (raster–noton), “Insen” (raster–noton) o “Summvs” (raster–noton, 2011) [148]–, luego vino Christian Fennesz –tres trabajos, dos especialmente destacados: “Cendre” (Touch, 2007) [055] y “Flumina” (Touch, 2011) [176]– y, por último, Christopher Willits –“Ocean Fire” (12k, 2008) [023]. Cada uno de estos trabajos unidos conforman un cuerpo artístico único, con miles de vértices que descifrar.
El primer encuentro llegó con “Bricolages” (KAB America, 2006), disco de remezclas de piezas del japonés, donde Deupree fue invitado a modificar “World Citizen”, aquella maravillosa pieza elaborada junto a David Sylvian. La amistad siguió con la participación del norteamericano en dos de los proyectos de Sakamoto, ‘Chain Music’ y ‘KizunaWorld’, ambos como trío fabricados junto a Stephen Vitiello. La chispa inicial terminó de brillar definitivamente en abril de 2012, cuando ambos se presentaron en vivo en el club de John Zorn ‘The Stone’ en Nueva York. “Fue ese concierto el que plantó las semillas de ‘Disappearance’. Los tracks iniciales fueron grabados en el estudio de Sakamoto en Nueva York durante los ensayos para el concierto”. La música surge de la unión del piano y electrónica, en el caso de Sakamoto, y de sintetizador, tape, loops y guitarra acústica, en el caso de Deupree. Pero el resultado es mucho más que la suma de factores. Los rastros sobre el terreno esponjoso, el ruido de la nieve comprimida en la mano surge casi de forma mágica. Los rastros de electrónica natural se posan como una delgada tela de estática recubierta. Es el murmullo sintético el que cruza líneas imaginarias, trazando un mapa transparente. La melodía que subyace a este tejido espectral se va apoderando de la atmósfera que le circunda. Entre las grietas que generan vacíos quietos comienza a circular ruido ambiente y el crujir de la madera descomprimida por el calor. No es sino hasta que todo resulta absorbido por esta red invisible que las notas sugeridas aparecen tímidamente, entrometiéndose entre las grietas, casi al azar. Es en ese instante que la nieve y su prístino brillo queda expuesto. Son sonidos cazados de improviso, recogidos desde un lugar desconocido, los que adquieren un primer plano desde la sobriedad característica del músico japonés: son más los espacios que se quedan silentes que aquellos en que se percibe un movimiento invariable. En el entramado que se forma, los instantes donde esa magia se presenta están en ese silencio y lo que hay entremedio. Pareciese que todo permanece intacto y, a la vez, que todo se mueve: cada segundo es diferente al siguiente, cada milímetro es distinto del otro. Como contemplar el paisaje nevado: desde lejos parece uniforme, desde cerca se notan los miles de detalles que la adornan, un insecto caminando sobre él, un trozo de madera desprendido de su árbol, restos de un volcán que descansa. Han pasado diez minutos, y parece que el mundo exterior transcurre de un modo diferente que en el interior de “Disappearance”. La pasividad detallista de “Jyaku” invade más allá del espacio sonoro que la rodea, una quietud hermosamente plagada de imperfecciones. Las diferentes tonalidades de ambos forman un paisaje propio, desarraigado de cualquier otro que pudiera asemejarse. Sigo callado, y sigue también el ruido de la escarcha. Los murmullos del bosque salvaje se apoderan de “Frozen Fountain”: corteza resquebrajada y luz entre las montañas conforman las imágenes esbozadas por la pareja. Sin ser field recordings, la interpretación accidental parece ser grabaciones recolectadas en el campo helado, junto a la hierba oculta. Cada pequeño ruido, por minúsculo que este sea, se logra transmitir desde su lugar en la naturaleza hasta estos archivos comprimidos. Las cuerdas del piano, esparcidas en la amplitud de esta pieza, conviven con las ramas secas y el fragor de la espesura y sus discrepancias. Más o menos lo mismo que “Ghost Road”. Uno logra percibir que en muchos pasajes es Ryuichi quien se adapta a los terrenos pantanosos de Taylor, acomodándose a la electrónica silvestre de este. Sus notas a veces se convierten en un sonido más encontrado con el resto de los otros sonidos descubiertos aunque, de todas maneras, esas notas brillan por sobre las demás. Ha transcurrido la mitad del trayecto, y no nos podemos escapar de este viaje al interior del campo helado. “This Window” muestra cómo el viento golpea suavemente en el atardecer de los días junto a los climas que cohabitan en el cuarto donde fueron registrados. Ese ensayo, previo a su presentación, unido a cualquier otra explosión, por mínima que fuera, se convirtió en los esbozos que dan vida a estas hondas piezas. Todo aquello fue grabado y mezclado por Deupree, unido a las tonalidades propias de él. De ahí que el relajado tono de Sakamoto se vierta sobre el suelo de minimalismo fragmentado del director de 12k. La fragilidad artesanal se extiende hasta la totalidad de estas cinco piezas, la última de las cuales cuenta con la participación de Ichiko Aoba, de quien desconozco casi todo. El latido de si corazón se puede oír junto al latir imperfecto de quienes habitan con ella, lo mismo que su voz, tan quebradiza como una hoja reseca. Las palabras que apenas se le oyen pronunciar en “Curl To Me” exhiben solo un movimiento delicado de su voz, casi como si en ello la fuera a perder, al borde de quebrarse, protegida por el calor acústico que la abraza.
De un tono pacífico, pero a la vez lleno de imperfecciones que yacen bajo la capa de limpieza que se ubica encima de ellas, “Disappearance” crea un nuevo y particular paisaje audible. Aquella piel blanca sobre el suelo y sus minerales, aquel refugio se convierte en el escenario en el cual se recuestan los sonidos desplegados por las cuidadosas manos de Sakamoto y Deupree. El ruido de la nieve que cubre el terreno débil y el resplandor del sol sobre la escarcha configuran el paisaje de minúscula belleza contemplativa.