Hawai (CL)
Lánguido, abatido, débil. Una palabra, un estado, una sensación. Hojas de sonido que decaen, se debilitan, y renuncian a su árbol. De pronto decido, luego de leer algunas frases, entrar en el bosque seco e internarme en la naturaleza silvestre. Una vez dentro, no puedo salir de ese lugar, no quiero salir de ese lugar. Prefiero perderme y disolverme entre la hierba que volver a donde estaba antes, más perdido que resuelto. Encuentro más esperanza y refugio acá que en la vida real. “Shoals” (12k, 2010) [108] era una suerte de ensayo abierto realizado en una estancia en la Universidad de York. Una suerte de cúspide de una labor realizada con paciencia durante años de exploración exterior y viajes introspectivos. Sin embargo, había algo, quizás debido a unas reglas que limitaban sus búsquedas, que impedían sus resultados. Esto visto desde la distancia, pues me pareció, y me sigue pareciendo, un gran trabajo. Esas costas invadidas por mareas acústicas son como agua purificadora. Esas piezas extensas, así como también su pequeño apéndice, “Shoals (Edition)” (12k, 2010). Lo que debía ser, lo es ahora –esto en el plano individual, pues también existe el espectacular “In A Place Of Such Graceful Shapes” (12k, 2011) [172], compartido con Marcus Fischer, un oasis de nieve en el calor de la vida–, esto es, la conjugación de las ideas y los sonidos vertidos en sus obras pequeñas en una obra mayor, amplia, sobre la cual recostarse sin importar el tiempo, ni el aquí ni el ahora. Desde hace mucho que vengo señalando el enorme valor de trabajos como “Weather & Worn” (12k, 2009) [049], “Sea Last” (12k, 2008), “1am” (12k, 2006), “Landing” (Room40, 2006) [041] o “Snow (Dusk, Dawn)” (12k, 2010). Esos terrenos reducidos sirvieron de campo sobre el cual los crujidos, que son los pequeños estallidos que entrelazados forman la música de Taylor Deupree, germinaran de manera lenta y espaciosa, pausada y prolongada. El resplandor en la hierba congelada se ha convertido en un cobijo plácido y sereno. Sus notas esparcidas como hojas de cerezos en otoño han sido un hogar.
“El reloj avanza lentamente y el tiempo es sostenido como una respiración mientras la luz del sol cae desde el horizonte… Giro e peso de mi cuerpo hacia el otro lado de donde estoy recostado”. El texto que acompaña al nuevo disco del músico norteamericano habla de mañanas decaídas y despertares congelados. La música transcurre igual de agotada, las notas se suspenden en el aire sin querer abandonar su estado de somnolencia. Pero una vez abierta la caja, me veo hundido en un pozo de ruidos multiplicados. Y luego de unos instantes, de regreso a la tranquilidad. Las sonoridades se reiteran, lo que implica una reafirmación de un sello propio e inconfundible, único, personal, una identidad forjada uniendo trazo con trazo. Lejos quedan las desviaciones en el parque de silicio. Cerca queda el microscopismo y la fabricación de melodías a partir de las partículas más minúsculas. Desprendiéndose de los grandes segmentos y quedándose con los fragmentos más pequeños, esos restos los coloca sobre un colchón de planicies sintéticas e, intespectivamente, emergen capas de texturas orgánicas. Un proceso delicado, que surge de la espontaneidad y de la paciencia de esperar el momento justo en el que la magia aparece. Un proceso que es del todo natural: nada acá suena forzado, todo fluye de manera pura, auténtica, verdadera. Llevo un buen rato escuchando “Faint”, y su humedad ya se ha impregnado en mi piel. Ahora me encuentro en la mitad del largo viaje. “Thaw”, una extensa superficie de sintetizadores que se quedan quietos, casi inmóviles, subiendo tenuemente de nivel, cambiando lentamente de temperatura. Luz y calor débiles, y entre sus rendijas se manifiestan los pequeños detalles, dispuestos de aquella forma tan suya que parece que siempre hubiesen estado ahí, dispuestos a ser revelados. El manto sigue retenido, flotando entre el viento, con el viento, ligero, dócil. La pasividad con la que los accidentes se suceden, la simplicidad con la que unos se colocan detrás de los otros me hacen creer que no estoy en el lugar que se supone debiera estar. Me siento recostado en un lago cubierto de hielo, oyendo como el agua cristalizada se resquebraja en la inmensidad de la nada, donde todo se percibe de forma diferente. Electrónica de campo abierto desplazándose a una velocidad que parece ajena al mundo. La electrónica se vuelve acústica orgánica cuando abruptamente se rompe espacio entre una pieza y la otra. “Shutter” entra en paisajes pastorales en el instante en el cual la tibieza de las cuerdas eléctricas irrumpen con una fuerza tan poco violenta que enternece. Un murmullo adherido a la superficie sirve de suelo esponjoso, otro más, sobre el cual ocurren sucesos inesperados, ínfimos destellos interiores, invisibles desde la lejanía, apreciables desde la cercanía más próxima. A cada segundo ocurre algo que sorprende. Y, mientras tanto, la guitarra se diluye entre el reflejo de sus contornos. Otra vez oigo ese murmullo, y otra vez me recuesto en él. A estas alturas se ha convertido en una plácida almohada, confortable, infinita. Un estado apacible que actúa como amplificador de sonidos inesperados. Las notas planean hasta más allá de donde pueden hacerlo. El espacio se hace eterno. “Sundown” se expande con soltura, con ligereza en el horizonte mismo que separa el sol de la noche, perdiéndose en la oscuridad, ocultándose entre las olas imaginarias. Todo esto se mueve despacio, y se despide de la misma forma. Sin embargo, cuando se inicia, lo hace de una forma levemente distinta. “Negative Snow” recoge el ambiente que se crea y rodea a “1am”. Es decir, múltiples mantos de ruidos microscópicos, quiebres en una dirección y otra, que también recuerdan a “A Fading Found (Edition)”. Los microbios sonoros como una marea que emerge sobre la cara que podemos ver, exponiendo lo que no podemos oír. Los sonidos que existen bajo la tierra, imperceptibles casi siempre, se hacen perceptibles a los ojos de Deupree, y a los nuestros. Lo que antes eran insectos, ahora es la nieve que se rompe en mil trozos, y cada uno estalla en tonalidades diferentes. Las notas son igual que restos de escarcha manchada de tierra, pasadas por un prisma de colores suaves. Pero una vez que estas notas propagadas se han acallado, surgen de nuevo las zonas más estáticas de la tranquilidad. “Dreams Of Stairs” se balancea sobre los bordes del ambient equilibrándose encima de puntos aislados, encima de un piano de cristal. Electrónica de ensueño para dormir una eternidad, inmerso en sus tonos bajos. Y regreso a “Thaw”, y el círculo esta completo, pero a medias. Lo sería en la versión estándar, cincuenta y un minutos acompañados de un impecable diseño. Pero aún más impecable es la otra edición: una caja de cartón con “Faint” más doce fotografías que Deupree con una cámara de plástico hecha mano de 35mm, más un CD adicional. Su contenido: “Thaw (Reprise)”, los once minutos de la versión original dilatados hasta llegar a treinta y ocho, la quietud sostenida en un momento sin forma, inmune al paso del tiempo, atascada en un cauce profundo. Lo minúsculo pasa a ser mayúsculo, pero solo en las distancias, pues el fondo sigue siendo el mismo: atrapar los instantes pequeños, capturar los detalles y descubrir su belleza innata, retener lo hermoso de lo efímero.
Inmerso en la instantaneidad actual, este trabajo parece fuera de sitio, atemporal. El avance pausado, su preocupación por prolongar lo breve, por extender lo momentáneo y escarbar debajo del suelo, infiltrándose en las grietas que quedan entre los sonidos, lo sitúa en otro lugar. Sus largos trazos contienen varios dobleces que se prolongan más allá de sus límites, desplegándose como una delgada y gran hoja de papel de materiales reciclados, un pliego amplio con millones de fragmentos frágiles, débiles, que al chocar entre sí producen el mismo ruido que se genera al frotar la nieve en la mano.