Review of Mitosis [12k1077]

Hawai (CL)

Maravillosas partículas de colores verde y rosa, sobre un fondo impreciso. Desde lejos se ve una figura exacta, matemáticamente precisa. Una vez dentro de ella se logran distinguir las imperfecciones, los detalles de forma que se ordenan mágicamente en figuras circulares. Manchas de ruido digital incrustadas en tonalidades que se confunden entre si diagonalmente, un millón de minúsculos puntos cromáticos minuciosamente dispuestos que parecen fragmentarse un millón de veces más, ruido y pigmentación, error y tonos multiplicados. Sanae Yamasaki es una joven artista sonora y diseñadora gráfica nacida en 1978 en Sapporo, Japón. Comenzó a los diecinueve años a introducir sus tímidos sonidos con un pequeño teclado Casio y una guitarra en varios proyectos de su ciudad. Ya en 2005 comienza a desviar su camino hacia uno propio. Con el nombre de Moskitoo empiezan a crecer las semillas con los primeros sonidos de electrónica teñida de ruido orgánico. Dos años mas bastarán para que las flores ya hallan crecido, mismas que el viento que corre por el Atlántico las lleve hasta los oídos de Taylor Deupree, quien a través de su editorial publique “Drape” (12k, 2007) –más el EP anexo de “Remixes” (12k, 2007): cuatro canciones, tres de ellas remixes del mismo Deupree, Frank Bretschneider y Mark Fell–, instrumentos cotidianos, objetos y sonidos digitales para dar forma a una música encantadoramente sintética, infiltrada por tintes acústicos. Un precioso trabajo de electrónica doméstica que también significó un punto aparte para el label norteamericano. Entre los seis años que median entre esa primera colección y hoy su voz solo se ha dejado ver contadas veces, principalmente para Keichi Sugimoto (Fourcolor y FilFla), y también para Simon Scott, además de crear música para la aplicación de iPhone/iPad ‘Night On The Galactic Railroad’ de Kenji Miyazawa. Eso y el precioso 7” “Si Sol E.P.” (See Recordings Ltd., 2009), acreditado a Moskitoo × Sanae Nishio. Ha tenido que pasar el tiempo para poder escuchar una colección más amplia de sus dóciles canciones arrulladoras.

Las doce canciones que habitan al interior de este segundo trabajo parten, al igual que “Drape”, del ruido doméstico. Pequeños errores sumados a otros van conformando los esquemas sobre los que se construyen estas delicadas piezas, una piel artificial invadida de las imperfecciones humanas, desvanecidas como huellas en la bahía de las mañanas. Aún más que en el anterior, las notas se pierden antes que se pueda distinguir la materia de que están hechas. La arena y sus diminutas piedras, cubiertas de una capa brillante, reflectan la luz como pequeños cristales. El copioso polvo marino humedecido por la marea que se retira tan pronto como llega. Un cúmulo de sonidos, algunos de ellos ocultos, interactúan unos con otros, hasta que aparece su voz cristalina como la sal de mar. Líquido impregnado de arena, moviéndose vagamente sobre y bajo la superficie de sonidos. La melodía recubierta se hunde en el oleaje infinito, la textura de las palabras pronunciadas por Sanae cambia de forma, y estas se pierden y retornan sobre el suelo móvil. Las imágenes que resguardan estas piezas muestran lo que hay bajo ellas. Los cinco y medio minutos de “Wonder Particle” exhiben los rasgos de este trabajo que se duerme sobre los minutos que desde hace mucho no se reproducían, evaporando las notas. Los colores pálidos se ubican tras los colores vivos, formando una figura gastada por la manipulación diaria. Electrónica y pop se confunden entre sí, y lo que emerge de su unión es el extraño sonido familiar de “Trajectory”, tan solo un instante en el mundo, como hay varios en esta obra, tendiendo hilos entre los restantes momentos. La división de una célula en otro par idéntico de cromosomas es la inspiración para estas canciones que ven como sus partículas se reproducen. Glitches que repiquetean en el oído infiltrándose en las cavidades auditivas, multiplicándose una y varias veces. “Mint Mitosis” posee ese efecto, un lugar para repetirse y hundirse en él, en la magia portátil y la acústica de los objetos encontrados en la sala de estar, para descansar en su sitio. “Mitosis” es un disco de ensueño, y las notas son interpretadas por insectos que operan en el sueño. Canciones como “Micro Port” tienen ese aire onírico, somnolencia a la que invita el piano fantasma. Son tan solo dos las notas, muy próximas a las sintonías análogas de Ryan & Saville, la recreación del letargo de la campiña. Es común que la pureza del aire del campo produzca cierto sopor. Esa pureza oxigena muchos momentos de este trabajo, de ahí que el sueño florezca muchas veces. Eso ocurre cuando la reiteración de patrones que se pierden en sí invade los minutos de esta electrónica ligera, como “Fluctuations”. Sanae suena especialmente agotada, disipada por un viento cálido de octubre, el mismo que debilita los brazos y las manos que caen en él. La tibieza del sol de primavera cubre el ánimo extenuado. El panorama orgánico de una guitarra y la madera es influido por el ruido digital, pero el aroma acústico persiste, conviviendo las atmósferas opuestas, plegadas junto a la voz de Moskitoo. Es extraña la manera como los sonidos se agrupan, a ratos parece que cada uno va por su lado, y esa confusión tiene un poder arrobador. “Vulpecula” permanece en ese sitio desvelado donde las melodías se desmayan. Ese mismo desmayo recubre “Who Lives In The Skin Burn?” –ya presente, con otros dos temas más, en “Si Sol E.P.”– y, a la vez, conservando su frescura mentolada. “Taxonomy”, un nuevo hilo que une telas, adelanta a “Night Hike”, cuerdas templadas en el atardecer del día, calor crepuscular que como ninguna otra expone el interior de Sanae. Intimidad refugiada por los acordes desnudos y adornada ligeramente por una melódica y apuntes eléctricos. Quisiera poder pasear por esa vereda junto al sol descender. ”Fungi” une puntos de fibra óptica entre un vértice y otro, sobre un espectral piano situado en la lejanía. Los climas se cruzan en diagonal: “Fragments Of Journey”, una síntesis amplia de los colores esparcidos encima de la tela de blanco amarillento. De nuevo, quisiera perderme una noche en un bote a mitad del mirar, desde donde la ciudad solo son colinas estrelladas, un cielo de luces recostadas. “Astra” oculta lo que resta de iluminación bajo las olas azules, oscurecida por el murmullo de la ciudad. Y, aún así, la arena no deja de brillar en sus pequeños cuerpos.

La tela de hebras finas recibe con agrado las manchas verdes y rosadas, ruido digital enrevesado con armonías acústicas. Ha tardado seis largos años para que dejar que estas piezas crezcan, y con ello los puntos ínfimos que las componen se multipliquen en millones de trozos. Fragmentos de fragor dispersados en la playa del sonido sintético, manchas en la arena que desaparecen tan pronto se forman, y con ellas desaparecemos nosotros. Entre el brillo de sus cuerpos minúsculos, entre la frescura de las olas y el calor arrebatador.

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